El deseo que no se puede callar: "La Bestia", lo nuevo de Coral

Algunas canciones no buscan iluminar el camino, sino arrastrarnos a los márgenes, allí donde el deseo y la culpa se confunden. "La Bestia" de la banda limeña Coral no es solo un reflejo de esa tensión, es su detonante. Salim Vera y Alberto Fernández construyen un espacio donde cada nota es una decisión, donde la atracción por lo prohibido se transforma en sonido. Como un susurro en la penumbra, la canción nos empuja hacia lo inevitable.

Desde los primeros rasgueos de guitarra, se instala una incomodidad seductora. El sintetizador marca el compás de un ritual que no sabemos si queremos presenciar, mientras la percusión avanza como quien camina en un callejón sin salida. La voz de Vera se desliza entre el susurro y la confesión, atrapando al oyente en una red de impulsos incontrolables. La producción, minuciosa y calculada, intensifica la sensación de que algo está por desbordarse.

El videoclip no disimula la tensión, la amplifica. Cada encuadre parece diseñar un laberinto en el que es imposible distinguir si huimos de algo o lo estamos persiguiendo. La estética fría y meticulosa de Coral encuentra aquí su máxima expresión: no hay imágenes inocentes, cada sombra y cada reflejo llevan una carga emocional que alimenta la historia de la canción. La Bestia no es solo un estado de ánimo, es una presencia.

No hay moraleja en esta pieza. La canción no nos dice qué es correcto ni nos invita a resistir. Más bien nos deja con la pregunta de hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar si nadie estuviera mirando. En ese juego de tensiones, Coral encuentra su lenguaje, un equilibrio entre lo sofisticado y lo brutal, entre el control y el abandono.

Cuando el último eco se apaga, la sensación persiste. Tal vez sea la melodía atrapada en la memoria, o tal vez sea la certeza de que, en el fondo, todos cargamos con nuestra propia Bestia esperando el momento de despertar.